martes, junio 19, 2007

una peliaguda noche quisqueña

Amigos, para seguir sacando trastos del desván y de paso a ver si se les despierta la memoria obstinada que a esta altura debe estar sufriendo oxidación renuente, he recordado una situación que se dio en una de nuestras vacaciones más recordadas, cuando éramos sindicados como los “pascuenses”, en que estuvimos habitando en la playa por más de un mes durante el verano (del ¿79?), en el sitio de la gran familia Abarca, a lo que se llama campo travieso. Bien tenido el mote ya que nuestro núcleo hogareño era una fogata central que procurábamos mantener viva las largas noches de juerga y música, en inolvidables sesiones de catarsis bajo el inagotable cielo Quisqueño. En donde pululaban a aquí y allá temibles escorpiones, culebras y quiques, que se arrastraban y convivían entre nosotros y el calor de las brasas. El hecho es que a ese mítico lugar llegaban los más notables visitantes, nombres que ni recuerdo y que dejaban su impronta y registro, como Aldo (ex amigo de Gilan, un fumarola de tomo y lomo, quien cuando se fue, nos peló los bongoes el hijo de puta, lo que supe de buena fuente) y otros personajes más como el gran Raúl A. mítico hippie de aquellos que se la vivieron toda (q.e.p.d.). O la Jipientita (que se atrincó Rodríguez, dejando en alto el honor y la camiseta de la Manga).
El hecho es que en una de esas noches había tal cantidad de gente ocupando las abarrotadas carpas de ejército, que el resto que quedó sin espacio nos decidimos ir a dormir a la playa, recordemos que en esos días estaban suspendidos los derechos civiles y el toque de queda era el emblema del estado de sitio permanente. Así es que nos las emprendimos camino abajo, éramos como 6 rezagados entre los cuales recuerdo a Jaime Fritz; caminábamos disfrutando la frescura de la noche con sacos y frazadas en ristre. De pronto en una curva del camino sentimos ruidos y vemos luces en medio de la temible noche, y rápidamente nos apostamos entre los arbustos y árboles del camino; ...a los minutos pasa una camioneta provista de focos caza-conejos y armas apuntando por las ventanas, en forma instintiva nos quedamos quietos mientras algunos se movían lentamente tras los fustes de los árboles, entretanto los esbirros pasaban... Y luego de la increíble salvada bajamos raudamente, llegando en la forma más furtiva a ubicarnos en una hondonada de la playa (por si nos alumbraban desde la carretera), y efectivamente en una hora de la noche pasó la cuca con sendo foco inspeccionando las sombras sospechosas que hubieran quedado en la arena, pero felizmente, tampoco nos detectaron. Al otro día despertamos en la playa rodeados de gente y bañistas que nos miraban adivinando nuestra suerte. Seguro que tuvimos un ángel de la guarda al que llegamos a sacar canas verdes (el ángel de canas verdes).

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