Comentario al último capítulo
No recuerdo exactamente como salimos de Achao, supongo que hicimos dedo porque ese era el estilo, gastar solo cuando fuese estrictamente necesario. Si recuerdo que queríamos ir hacia la zona de Pucón y estábamos en esas consideraciones, caminando por Puerto Montt y de pronto... viene hacia nosotros un compañero y amigo entrañable que andaba solo, el Melo, y lo loco es que nos encontramos casualmente, fue un acontecimiento fortuito que aún carece de explicación (debo decir que el Eduardo Melo era el más brillante alumno de la carrera, destacado expresamente en la graduación final, un tipo extraordinario y mi yunta, casado después con una compañera de mismo curso que era también mi amiga). El hecho es que el Melo conocía bastante la zona y nos invitó a explorar por el fiordo de Reloncaví. Como no teníamos una ruta inflexible ni esquema imperioso, aceptamos. Esa noche cruzamos a la isla de enfrente, la isla Tejo, y dormimos en la playa. Y luego al otro día abordamos un barquito encantado que nos llevo por el fiordo, cuyos paisajes nos deslumbraron y cuyo recuerdo aún me satura el cerebro. Desembarcamos en medio del río a unos botes a motor que nos salieron a esperar y seguimos remontando el río Puelo hasta un lugar desde donde se sigue a pie hasta una laguna llamada Tagua-tagua, que queda perdida detrás del fiordo. Se nos había unido el “amigo preparado” que era un chico muy bien dispuesto, que estudiaba filosofía, era como medio regio él y andaba super preparado, hasta con dos libros para leer, pipa y carpa con luz eléctrica, en fin, un plato gracioso y refinado. Fue fortuito que nos encontráramos con el Melo, que cambio nuestro destino y nos embarcamos en una aventura que no he olvidado, de hecho se ve que en esos días descuidamos un poco las bitácora debido a la fuerza extraordinaria del paisaje, y a todo lo que esta escrito a medias en el cuaderno, retazos, frases rotas, destellos, alaridos, que dan cuenta de que fuimos literalmente robados por el paisaje (súmese los de palo, que claro, no eran jarabe) La anécdota que describe una especie de ritual que hicimos, no la recuerdo nada. De manera que así nos encontramos en las entrañas de un Chile profundo y misterioso. Gente y lugares detenidos en el tiempo y de una manera tan extremamente intensa que se me colma el ánimo al recordar aquellos paisajes, el olor del sur, la santa selva. El sujeto que nos invito a su casa al otro lado del lago era una suerte de ermitaño, que tenia unas historias que ya eran puro mito y deleite, y que había prometido nunca más cortar su cabello. De hecho nos contó que una vez, había caminado junto a un tipo que se había muerto días antes (¿y quienes éramos nosotros para ponerlo en duda?) Al otro día nos llevó por un sendero que había construido hacia arriba de la montaña, a buscar una tablas de alerce, y la vuelta fue uno de los momentos en que me he sentido más agotado en la vida, a punto de desfallecer.
Después fuimos a pescar al lago y luego ellos cocinaron la pesca y siguió la aventura...
Al otro día regresamos por donde vinimos, abordamos nuevamente el barquito encantado y seguimos hacia Cochamó.
Luego al lago de Todos los Santos y luego a Valdivia
Y después a Santiago. Y en cada parte una nueva aventura.
sss.gonzalez.cl
viernes, enero 27, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario